El Vaticano es un micro-estado sin salida al mar con 0´44 km2 de superficie y aproximadamente 800 habitantes. Su ejército, la Guardia Suiza, tiene solamente 100 soldados y necesita del apoyo de la Policía Italiana para garantizar la seguridad de la ciudad. Su única función es ser la herramienta que garantiza a la Santa Sede tener independencia de los demás Estados. Y esa Santa Sede tiene un poder que se basa sobre todo en la diplomacia. De eso vamos a hablar hoy, de las relaciones diplomáticas de la Santa Sede y los Estados Unidos. Relaciones que han pasado por momentos mejores y peores. Preparaos, porque hoy hablamos de la Iglesia Católica en los Estados Unidos de América.
La Iglesia en América del Norte y el nacimiento de los Estados Unidos
Lo primero que hay que decir es que la Iglesia Católica estaba presente en los el Norteamérica desde antes de que las 13 colonias se independizasen. Es cierto que su presencia en las 13 colonias era minoritaria. Sin embargo, Estados Unidos no es fruto exclusivamente de la independencia de las 13 colonias. Es fruto de la expansión hacia el oeste (usurpando las tierras a los indígenas) y hacia el sur (conquistando más de la mitad del territorio mexicano). En esas zonas, la Iglesia había tenido presencia incluso antes de la Reforma Protestante. Cabe mencionar la importancia de las misiones católicas en California.
Pese a ello, hay que señalar que los Estados Unidos nacen siendo un país poco católico. Las 13 colonias eran protestantes, hostiles a los cristianos fieles a Roma. Tan solo Maryland presentaba una actitud religiosa más tolerante. Con todo, la religión católica era minoritaria entre los estadounidenses. La importancia de esta confesión religiosa vendrá sobre todo a través de la inmigración. Durante el siglo XIX y XX llegaron católicos procedentes de muchos países (Irlanda, el sur de Alemania, los francocanadienses, mexicanos, etc.). Poco a poco, el catolicismo se fue convirtiendo en un grupo religioso importante en el país. Sin embargo, la relación no estará libre de tensiones. A la Iglesia Católica le costará adaptarse a un país en el que el Estado no la reconoce como oficial, mientras que los sectores xenófobos de los Estados Unidos tendrán dificultades para coexistir con una religión a la que consideran foránea.
Ser la Iglesia Católica en los Estados Unidos
La práctica del catolicismo en los Estados Unidos tiene sus peculiaridades. Como hemos dicho, la religión católica era minoritaria. La mayoría de los estadounidenses eran protestantes, con una ideología liberal e individualista difícil de compatibilizar con los principios de la Iglesia Católica. De manera que los católicos en sus misiones religiosas tendrán que esforzarse por establecer un dialogo, o al menos un cierto acercamiento, con la religiosidad protestante. Nadie representa mejor este esfuerzo que Isaac Hecker. Este sacerdote, nacido en Nueva York y fundador de los Padres paulistas, adaptó el mensaje católico a la mentalidad protestante. Tuvo una teología centrada en la virtud natural de los creyentes, su capacidad como ser humano para ser protagonistas de su salvación. Algo clave en las polémicas teológicas que habrá en Estados Unidos durante los últimos años del siglo XIX.
Evidentemente, esta práctica liberal del catolicismo no era nada normal para su época. Dentro de la Iglesia de los Estados Unidos creó divisiones. El periodista católico Arthur Preuss fue el máximo exponente de la oposición a una teología, para algunos herética, que se conoce como americanismo. Los progresistas defendían un catolicismo liberal, individualista, activo socialmente y en permanente diálogo o colaboración con las iglesias protestantes. En definitiva, un catolicismo adaptado a un país no católico que respetaba la libertad religiosa. Sus exponentes eran los obispos católicos procedentes de Irlanda. Los conservadores veían peligros en esa práctica tan liberal del catolicismo y estaban representados por los obispos procedentes del sur de Alemania.
Desde Roma tampoco entendieron bien lo que estaba pasando en los Estados Unidos. El Papa León XIII era reacio a condenar una Iglesia que se desarrollaba en un ambiente tan complicado y hostil. De hecho, iniciativas muy importantes del catolicismo estadounidense se hicieron con su apoyo. Sin embargo, no se resignaba a que en Estados Unidos la Iglesia no se valiese de la política para defender sus derechos y privilegios. No podía comprender el divorcio entre Iglesia y Estado que existía en ese país. Cuando la doctrina de Isaac Hecker se difundió por la Francia de la Tercera República, y ante la alarma de los sectores más conservadores del catolicismo en dicho país, el Papa se tuvo que pronunciar firmemente sobre este asunto. Lo hizo fallando en contra de la teología americanista. El problema para la Iglesia Católica no era Isaac Hecker, reconocido como siervo de Dios por la misma, sino la deformación de su mensaje que habían hecho sectores liberales del catolicismo.
Ciertamente, entre el Isaac Hecker que predicó en Estados Unidos y el que se divulgó en Francia hay diferencias. En Francia se conocía a Hecker a través de una biografía publicada en la que se ponía en valor su defensa del individualismo y la acción personal, dejando a un lado el magisterio y la espiritualidad. Sin duda, esto puede dificultar el conocimiento de su pensamiento o la explicación de su figura histórica. La Iglesia Católica condenó algunos puntos del americanismo: la incitación a tener una vida espiritual interior, los ataques a los votos religiosos, la laxitud a la hora de obedecer la doctrina católica y la relativización de la dirección espiritual. La Iglesia Católica no podía comprender una vivencia de la religión más allá de ella. Y eso, en parte, representaba esa teología americanista (liberal e individualista, en conflicto con la idea de la Iglesia Católica). El Cardenal Gibbons (al que el Papa dedicó su Carta Apostólica sobre el americanismo) defendió a la Iglesia de los Estados Unidos. Rechazó que los puntos condenados por Roma fuesen puestos en práctica por el catolicismo estadounidense y defendió la fidelidad a Roma de Isaac Hecker.
Los sectores conservadores de la Iglesia estadounidense se vieron fortalecidos. Los liberales se tuvieron que andar con bastante más cuidado para evitar condenas papales, aunque siguieron defendiendo un catolicismo adaptado a la realidad de los Estados Unidos de América. Es decir, un catolicismo que respetaba la división entre Iglesia y Estado, que colaboraba con las iglesias protestantes y daba voz y voto a los laicos en la toma de decisiones. Monseñor John Irleand es el que mejor representa esta línea progresista.
Anticatolicismo estadounidense
La práctica del catolicismo no solamente dividió a la Iglesia Católica, sino que también dividió a los estadounidenses. Tengamos en cuenta que los estadounidenses son descendientes de colonos protestantes procedentes del Reino Unido. Estos colonos tenían una mentalidad fuertemente hostil al catolicismo. El cristianismo exportado a las 13 colonias del norte de América fue profundamente antipapista y antijerárquico.
El odio a la Iglesia Católica en los estadounidenses se agravó durante el siglo XIX, cuando con los inmigrantes europeos fue llegando la religión católica. La intolerancia religiosa se mezclaba con la xenofobia. Con esos inmigrantes llegaba la Fe Católica, representante de una Iglesia falsa y prostituida. El desarrollo de la Iglesia Católica en Estados Unidos chocaría con estos comportamientos intolerantes. Supremacistas como el KKKlan tuvieron una retórica (y una acción) fuertemente anticatólica.
En Estados Unidos, la Iglesia Católica vio que no tenía ni poder político ni poder económico. Decidió centrarse en un aspecto en el que también se centró en los regímenes liberales de Europa: la educación. Los sectores protestantes y laicos de Estados Unidos se movilizaron contra las pretensiones de la Iglesia Católica de controlar la educación o al menos influir en ella. En 1922, el Estado de Oregón aprobó una ley contra las escuelas confesionales que afectó especialmente a aquellas que eran católicas. Los católicos se organizaron y llevaron esta Ley a la Corte Suprema, que les dio la razón en 1925.
La elección de Kennedy como presidente en 1960 supuso una superación de este anticatolicismo. Ya en 1928 el demócrata Al Smith sufrió una dura campaña en su contra por ser católico. Los protestantes temían que fuese un presidente a las órdenes del Vaticano. Una persona que acabaría con el estilo de vida estadounidense y su democracia. Kennedy sufrió una campaña parecida por ser católico, pero a diferencia de Al Smith, ganó las elecciones.
Encuentros y desencuentros
Teniendo en cuenta estos dos aspectos (el americanismo y el anticatolicismo) podemos comprender las difíciles relaciones entre la Santa Sede y los Estados Unidos. Desde el nacimiento de los Estados Unidos hubo relaciones diplomáticas con el Papa y los Estados Papales. Puede que Estados Unidos fuese un país aconfesional, pero reconocía la jefatura de Estado que representaba el Papa. Fue a partir de 1867 cuando se cortaron las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y los Estados Unidos. El Congreso, que responsabilizaba a los católicos del asesinato de Abraham Lincoln, decidió suspender las misiones diplomáticas en los Estados Papales.
Desde 1867 hasta 1984 la Santa Sede y los Estados Unidos no tuvieron relaciones diplomáticas, fueron años de hostilidad. Lo hemos visto en la cuestión del americanismo y en la del anticatolicismo. Hubo intentos de acercamiento, pero sin un restablecimiento pleno de las relaciones diplomáticas. En 1960, la victoria electoral de Kennedy ayudó mucho a terminar con los prejuicios hacia los católicos. Sin embargo, el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y el Vaticano se debió sobre todo a la buena sintonía entre Juan Pablo II y Ronald Reagan. Ambos compartían como enemigo común el comunismo soviético. La colaboración entre ambos fue estrecha.
Tras el 11-S comenzó el distanciamiento de Juan Pablo con respecto al conservadurismo estadounidense. Cuando Bush decidió la controvertida invasión de Iraq, el Papa Juan Pablo II fue una de las voces internacionales más firmes contra la guerra. Pese a ello, las relaciones entre la Santa Sede y los Estados Unidos siguieron gozando de buena salud. Es indudable que entre el Papa Francisco y Barack Obama hubo buen entendimiento, incluso tuvieron como empresa común la lucha contra el cambio climático y el deshielo con Cuba. Sin embargo, la llegada de Donald Trump al poder truncó esa colaboración. No cabe duda de que entre el Papa Francisco y Donald Trump no hay muchos puntos en común. Sin embargo, los papas y los presidentes vienen y van, pero los Estados Unidos y la Santa Sede permanecen.
Muy buen artículo, bien documentado y explicado. Me ha gustado.
Sería interesante una segunda parte, con comentarios sobre el nuevo presidente Biden, católico nominal, pero acérrimo defensor del aborto libre, el matrimonio no heterosexual, etc.: los últimos escándalos de abusos sexuales del clero y las perspectivas en un futuro para el Catolicismo Romano en EE.UU., por cierto no muy halagüeñas.
¡Muchas gracias por tu comentario! Tomamos nota de tu sugerencia para escribir una segunda parte más adelante. Saludos.